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martes, 20 de noviembre de 2012

Los Niños Imitan lo que ven


Cuando vio la nota de condolencia de la maestra, no se lo podía creer: «Pero, hija, ¿por qué le has dicho a la profesora que se ha muerto la abuela?». Era la excusa inventada que en ese momento se le ocurrió a la niña para evitar una reprimenda en el colegio. A Antonio Escaja Miguel, coautor junto a Bernabé Tierno de «Saber educar hoy», no le extraña el caso. En su larga trayectoria como psicólogo escolar y orientador ha conocido una amplia variedad de mentiras infantiles. «El hombre tiende a defenderse a sí mismo por encima de la defensa de la verdad», señala el exdirector de la escuela de padres del colegio Fundación Caldeiro de Madrid.
Mentir es innato, pero también se enseña aunque sea de forma indirecta, según explica Escaja. Cuando un padre le dice a su hijo antes de coger el teléfono «si es Fulanito dile que no estoy», si oye cómo se le dice a un vendedor a domicilio que no se le puede atender porque estaba a punto de salir o el niño escucha a su madre un «qué pesados» minutos después de cerrar la puerta a la visita a la que ha tratado muy amablemente, el menor capta la utilidad que puede tener la mentira por mucho que se le insista en que no hay que mentir.
Un estudio elaborado por expertos del Museo de la Ciencia de Londresdeterminó que los hombres mienten tres veces al día de media (1.092 al año) y las mujeres lo hacen dos veces diarias (728 anuales). La mayoría de las veces son «mentiras piadosas», para no herir los sentimientos de una persona, pero hipocresías al fin y al cabo que el niño no siempre distingue del resto.
«Los niños no hacen caso a lo que decimos, imitan lo que ven», asegura el psicólogo. Si los progenitores hablan de «los ladrones» de tal banco o tal empresa, mientras comentan cómo engatusan a sus clientes, el niño lo percibe y si su padre hace trampas con la declaración de la renta, ¿por qué no lo puede hacer él con un examen? «Educamos por lo que somos», subraya Escaja.
Incluso se les enseña directamente a mentir por compromiso al decirles cómo deben actuar ante un regalo que no les gusta, por ejemplo. «La mayoría de padres no trata todas las mentiras por igual. No quieren que sus hijos digan siempre la verdad sobre cualquier tema: no se alaba a un acusica ni tampoco la verdad sin tacto», admite el psicólogo estadounidense Paul Ekmanen su libro «Cómo detectar mentiras en los niños».
Las mentiras de los niños tienen padre y madre
Pinocho
Las mentirijillas, los trucos, los engaños son tan viejos como la propia historia de la humanidad... y también las mentiras infantiles. Sin embargo, Escaja detecta un incremento de éstas en la sociedad actual, tan basada en la imagen. «En los niños siempre se ha dado, pero hoy es más frecuente porque la sociedad miente más», asegura antes de constatar que hoy los menores «pierden antes la inocencia».

¿Todos mienten?

Un estudio realizado en Canadá en 2010 concluía que a los dos años el 20% de los niños miente. La proporción se eleva al 50% al año siguiente y casi al 90% cuando cumplen los cuatro. Claro que a esa edad no se pretende engañar. Es hacia los 7 años cuando los niños se dan cuenta de su dimensión moral. La edad más mentirosa, según esta investigación, serían los 12 años.
Kang Lee, director del Instituto de Estudios sobre el Niño en la Universidad de Toronto, cree que «los padres no deben alarmarse si su hijo dice una mentira. Sus hijos no van a llegar a ser mentirosos patológicos. Casi todos los niños mienten», según señaló al presentar el estudio entonces.
Tanto Lee, como Victoria Talwar, profesora adjunta de la Universidad McGill de Montreal y una experta en la conducta infantil mentirosa, sostienen que los niños que mienten son más inteligentes, puesto que deben reconocer la verdad, concebir una alternativa y exponerla de forma convincente. Desde este punto de vista, la mentira es un hito del desarrollo.
Antonio Escaja prefiere definirlos como «más creativos». En muchos casos, sobre todo entre los niños más pequeños, detrás de una mentira hay un exceso de imaginación, que puede canalizarse dejándoles que se expresen con la pintura o la escritura. Sin embargo, la fabulación que rodea a los «amigos imaginarios», habitual en los pequeños de 4 y 5 años, se vuelve interesada a partir de los siete. «Son niños a los que les gusta imaginar, pero la invención de cosas puede convertirse una cortina de humo para tapar un problema», advierte el psicólogo.

¿Cuándo hay que preocuparse?

Existen distintos tipos de mentiras que conviene distinguir para no dar la misma importancia a unas que a otras. Las hay motivadas por un exceso imaginativo; otras, la mayoría, están fundadas en mecanismos de defensa para evitar un posible castigo, se miente para lograr algo que de otra manera no se conseguiría, para ganarse la admiración de alguien, para no defraudar a padres o profesores, para llamar la atención, para evitar la vergüenza, para no hacer daño a otro, para mantener a salvo la intimidad... En todo caso, si el niño miente con exagerada frecuencia y se emperra en sostener algo falso o cuando emplea la mentira para hacer daño a otro, hay que actuar y tomarse muy en serio el asunto.
«Hay que enseñarles a ser auténticos, hacerles ver que ellos son lo que son, no lo quieran aparentar ante los demás», subraya Escaja, «haciéndoles comprender que les queremos tal y como son» para que se acepten a sí mismos. Ser incongruente, añade el psicólogo, entraña sus riesgos: «El ser humano acaba por destruir su salud mental por querer mantener en su mente ideas contradictorias». Crear un ambiente familiar en el que el menor se sienta libre hará que no vea la necesidad de mentir.
Y ante una mentira descubierta, el experto insta a los padres y profesores a que «sean razonables» al corregir al niño «para no obligarle a mentir más para evitar el castigo». Habrá que hacerle reparar el daño, pero sin emplear la palabra «castigo», por la connotación que ésta lleva de humillación. «Y en cuanto ha surtido efecto, hay que quitarlo», aconseja Escaja, que no ve inconveniente en suprimir un castigo si el niño está arrepentido. «Los premios y los castigos hay que usarlos con gran prudencia», remarca.
«Enfréntese a ello: su hijo le mentirá hasta que uno de los muera. No hay manera de evitarlo. Le habrá mentido en el pasado y le mentirá en el futuro (...) Pero si crea más situaciones en las que su hijo se sienta menos obligado a mentir y pueda decir la verdad, entonces existirá una gran diferencia en la cantidad de mentiras que cuente su hijo», asegura Tom Ekman, el hijo del psicólogo estadounidense considerado una de las autoridades mundiales sobre la detección de mentiras, al que él ha mentido en ocasiones sin que Paul lo haya detectado siempre.

Cómo cazar una mentira

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