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jueves, 24 de mayo de 2012

No Mal Criar


“Los jóvenes se han tomado demasiado al pie de la letra el eslogan de L’Oréal: porque yo lo valgo. Muchos se sorprenden de que el mundo, o simplemente la oficina donde trabajan, no los considere el centro del universo”. De esta forma, Jessica Pryce-Jones, presidente de iOffice y autora de ensayos como Happiness At Work: Maximizing Your Pyschological Capital At Work (Wiley-Blackwell), explicaba en las páginas de Personnel Today cómo se comporta la generación Y en el entorno laboral; se trata del nombre que se ha aplicado a los nacidos entre los años ochenta y principios de los noventa. La generación que la psicóloga Jean Twenge conceptualizó bajo el hombre de “quinta de los derechos”, los descendientes directos de losbaby boomers, que acaban de ingresar al mercado laboral.
Twenge escribió en su libro Generation Me (Free Press) que el rasgo principal que diferencia a la nueva promoción de la de sus padres es que es la primera que ha adquirido una clara conciencia temprana de sí misma y sus posibilidades de futuro, que ya se manifiesta de forma clara antes incluso de llegar a la adolescencia. Mientras sus padres no comenzaban a plantearse su lugar en el mundo hasta que eran adultos, decía la autora, estos jóvenes han sido educados en la era de la autoestima: “quiérete a ti mismo”, “cumple tus sueños” y “te mereces lo mejor” son los mensajes que habitualmente les han dirigido sus padres.
La psicóloga defendía que ello se debe a que estos, los baby boomers, hicieron de la individualidad su principal seña de identidad, de forma que han intentado educar a sus hijos en ese marco. Muy diferente al que ellos, los hijos de la generación silente, conocieron. Sus padres fueron los que disfrutaron del confort del hogar, el estado del bienestar y los que vivieron el cambio social de los años sesenta (y la Transición en España). La que ocupa ahora los puestos de mayor responsabilidad en el mundo empresarial y que ha desarrollado su carrera en un marco de optimismo eterno.
La relación que los jóvenes desean con sus jefes es más estrecha y menos jerárquicaEn España, se catalogó rápidamente a estos jóvenes, de forma despectiva, como la generación “ni-ni”. Ni trabajaban, ni estudiaban. Una concepción que en muchos casos olvidaba un factor determinante: que la llamada generación del Milenio ha sido educada en una cultura, valores y creencias muy concretos que hoy en día se encuentran en desaparición en el entorno laboral, y que suelen conducir a la insatisfacción por no ver cumplidas las expectativas que sus padres les habían ofrecido. El gran reto para dicha generación es ser capaces de compatibilizar la alta consideración de sí mismos con la incorporación a un mercado en crisis.
Qué los diferencia
La estadística sugiere que tarde o temprano, la generación Y comenzará a alterar la cultura laboral por mera cuestión demográfica: en Estados Unidos hay 75 millones de nacidos entre 1977 y 1988, frente a los 51 millones de la Generación X, que lo hicieron entre finales de los sesenta y comienzos de los setenta.
Una de las características que diferencia a la generación Y de sus padres es su fórmula del éxito: mientras los baby boomers tuvieron que labrarse su propio camino en un contexto expansivo, en el que la experiencia adquirida y la reputación personal obtenida a base de  tiempo y esfuerzo era su tarjeta de presentación, la llamada generación Y ha considerado que un alto salario y el respeto profesional se obtiene nada más salir de la Universidad. Paradójicamente, una herencia de la visión de sus padres: si en los sesenta y setenta la educación superior era la llave infalible para el éxito profesional, la masificación de la Universidad impulsada por los baby boomersha provocado la devaluación de la misma.
Precisamente, la inestabilidad del mercado laboral ha provocado que la lealtad de la generación Y respecto a su lugar de trabajo sea mucho menor que en generaciones precedentes. La lógica dice que si, al fin y al cabo, se va a cambiar de trabajo continuamente durante toda la vida, uno no debe ser fiel a su empresa sino a sí mismo: otro signo de individualismo.
También ha cambiado su consideración de la vida laboral, tal como señalaSusan P. Eisner en su artículo Managing Generation Y, publicado en elS.A.M. Advanced Management Journal: “Han aprendido de sus padres a desconfiar de la seguridad de los trabajos de larga duración y a buscar recompensas inmediatas de sus jefes. A diferencia de ellos, han desarrollado una filosofía de trabajar-para-vivir antes que vivir-para-trabajar”. Y recordaba que la relación que la nueva generación desea de sus jefes es más estrecha y menos jerárquica que la de sus padres, pero a la vez, menos independiente que la de la que demandaba la generación X, queprefería una mayor libertad frente a la demanda de tutela de los chicos del Milenio.
Sobreprotegidos por los baby boomers
Esta necesidad de asesoramiento continuo se encuentra en consonancia con el papel que los padres de la generación Y han desempeñado en su educación. Los antiguos baby boomers se han convertido en padres helicóptero, según la expresión acuñada por Foster W. Cline y Jim Fay: sobreprotegen a sus criaturas, a diferencia de lo que sus padres hicieron con ellos. También llamados padres cortacésped –por su voluntad de retirar todos los obstáculos del camino de sus retoños–, dicha terminología empezó a emplearse durante el comienzo del milenio cuando una nueva generación de estudiantes, armados con teléfonos móviles, empezó a acudir a las universidades americanas. Muchos profesores se quejaron de la intromisión continua de los padres en la vida de sus estudiantes.
A los doce años se comportan como si tuviesen diecinueve, pero parecen encontrarse amarrados a sus padres a partir de los veinteEn ese sentido, Karen Levin Coburn, autora de Letting Go: A Parent’s Guide To Understanding The College Years (Perennial),recordaba que “los padres delbaby boom se han acostumbrado a dar órdenes y mantener un amplio control sobre su entorno”. Coburn también alude a factores demográficos para justificar su protección, como el descenso de hijos por pareja, que provoca un mayor foco de atención en cada uno de los retoños, o el aumento de los divorcios.
Según un estudio presentado el año pasado en el Drake Forum, mientras en 1974 un 40% de los baby boomers consideraban que vivirían mejor sin sus padres, en el siglo XXI, el 90% de los veinteañeros afirman que les gusta encontrarse cerca de los mismos. Según otra investigación realizada por la empresa de búsqueda laboral Monster.com, el 52% de los recién licenciados aún vivían con sus padres en 2010, una subida del 12% desde el año anterior. Y según el National Endowment of Financial Education, el 60% de padres con hijos no estudiantes comprendidos entre los 19 y los 39 años han ayudado económicamente a sus descendientes en algún momento.  
En Not Everyone Gets A Trophy (Jossey-Bass), Bruce Tulgan, fundador de la compañía de New Haven, Rainmaker Thinking, señala la paradoja que define dicha generación Y. “Es verdad que crecen muy rápido: a los doce años parecen comportarse como si tuviesen diecinueve. Pero por otro, parecen encontrarse amarrados a sus padres a partir de los veinte”. Es muy diferente a lo ocurrido con la generación de sus progenitores, que vivían una infancia más prolongada pero abandonaban el hogar a una edad mucho más temprana. Tulgan concluía señalando que es consecuencia de que “sus padres se propusieran crear una generación de superniños, acelerando su infancia, pero llevándolos a retrasar su madurez”.

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