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domingo, 9 de diciembre de 2012

El deporte de vivir Texto de Antonio Ortí


El deporte de vivir

Texto de Antonio Ortí
Más allá de ganar o perder, hacer deporte proporciona una serie de valores (fortaleza mental, disciplina, afán de superación...) que pueden aplicarse a la vida diaria. Deportistas de varios equipos muy especiales explican algunas de sus victorias menos conocidas en el terreno personal
Michael Donaldson, uno de los fundadores y jugador del Barcelona Gaels, equipo de fútbol gaélico

Foto de Xavier Gomez
“Yo diría que los valores que defendemos son integrarse en la ciudad en la que vivimos, lo que significa aprender el idioma local e interesarse por su cultura, y defender una tradición irlandesa que, entre otras cosas, enseña a ser más tolerante”, recalca Donaldson. Cuenta que su padre nació en Crossmaglen, un pequeño pueblo que durante años fue una de las canteras del IRA, pero donde se respeta al equipo de fútbol gaélico del Servicio de Policía de Irlanda del Norte, pese a que los católicos acusan a este cuerpo policial de parcialidad en el conflicto con los protestantes.

Si se trata de adquirir unos valores que pueden aplicarse a la vida diaria, Jorge Benavente es la persona indicada. Este madrileño se cayó desde un andamio de 25 metros de altura cuando montaba el escenario en el que actuaron los Rolling Stones en el 2007 en el estadio Vicente Calderón de Madrid. “Me pegué el piñazo de mi vida”, cuenta con humor. “Pero sentir conmiseración no sirve de nada. Lo único que vale es apechugar y tirar para adelante. Es lo que hay…”, argumenta, como si el accidente le hubiera reafirmado en sus convicciones. Desde entonces, juega en Madrid en silla de ruedas con otros parapléjicos en el equipo de rugby de la Fundación del Lesionado Medular.

“El deporte te conecta con la vida. Y también te hace más sociable, porque, quieras que no, haces algo productivo, en lugar de quedarte en casa tirado, mirando al techo y amargándote la vida. Cuando después de un percance te tomas la vida de esa manera, acabas perdiendo el contacto con la gente y la costumbre de expresar tus sentimientos”, comenta este joven de 29 años cuya vida daría para varios libros (desde que sufrió el accidente, ha completado dos maratones, se ha lanzado en paracaídas, ha obtenido el título Scuba Diver para practicar submarinismo, esquía, juega a tenis de mesa, monta en bicicleta...).

“Hay que adaptarse al medio y mejorar cada día, no queda otra”, sentencia. “Y también desafiarse, ya que mejorar físicamente te abre nuevos horizontes”, explica Jorge Benavente, en línea con lo que anotó Tim Gallwey, el creador del coaching, en el libro El juego interior del tenis(1975): el partido más importante se disputa en la cabeza del deportista. 

Cuando una persona se esfuerza, por ejemplo, para mejorar en algún deporte, acaba por sacar lo mejor de sí misma y aprende a conectar con su propio potencial, hasta el punto de desarrollar una serie de habilidades que luego puede aplicar a cualquier ámbito, sea en los negocios o en las relaciones personales.

Sobre este particular, Abraham Carrión, el entrenador del equipo de rugby en silla de ruedas de la Fundación del Lesionado Medular, dice conocer infinidad de historias “en las que las que a través del deporte se producen cambios extraordinarios en la vida de las personas”. Es el caso, por ejemplo, de un jugador que a medida que ha mejorado de forma física, está ahorrando para comprarse un vehículo, “pues cada vez le cuesta menos hacer la transferencia de una silla a otra”, explica. “Yo siempre digo que los valores del deporte se trasladan al día a día, porque la vida es eso, una competición en la que has de aprender a sacrificarte por un objetivo, a aceptar las derrotas sin bajar los brazos, a valorar lo duro que es subir un escalón…”, concluye este jerezano.
El exfutbolista del Recreativo Javier García Rizo es el capitán del equipo de fútbol del Centro Penitenciario de Huelva y monitor de tenis

Foto de Osué Correa
Aunque no se conocen personalmente, Javier García Rizo está de acuerdo con esta idea de Carrión. El año pasado, Javier, capitán del equipo del Centro Penitenciario de Huelva, se proclamó campeón de España en Las Rozas (Madrid) tras vencer por 3-1 al Centro Penitenciario de Ocaña en la final del III Trofeo Instituciones Penitenciarias que organiza la Real Federación Española de Fútbol y que concluyó con el enfrentamiento entre los campeones de Andalucía y Castilla-La Mancha.

Desde la década de los 80, algunos investigadores vienen estudiando de qué modo beneficia el deporte a las personas que viven entre rejas. Según anota la socióloga Joaquina Castillo en Deporte y reeducación de conductas antisociales en prisión: principales experiencias, los reclusos que practican actividad física se preocupan más por perder peso y consumen menos tabaco y drogas en general. También sienten que el tiempo que permanecen en prisión no es un tiempo perdido, sin olvidar otro beneficio importante: aprenden a respetar las reglas.

“Cuando trotaba por el patio, no tanto, pero cuando jugaba a fútbol, me sentía libre”, recuerda Javier García Rizo de su estancia en la cárcel. “Aquello es muy duro, y no puedes desconectar, pero yo nunca dejé de ser en mi cabeza un deportista, y eso fue lo que me salvó”, explica este exjugador del Recreativo de Huelva que con 23 años tuvo que retirarse del fútbol como consecuencia de un grave accidente de tráfico.

De hecho, se puede decir que el deporte le ha cambiado la vida dos veces. La primera, cuando se rompió el diafragma, la pelvis y el sacro “y empecé a salir por la noche y me metí donde me metí”. Y la segunda, ya en la cárcel, cuando, gracias a un programa de la Federación Andaluza de Fútbol, se sacó el título el monitor de tenis y pudo encontrar trabajo al salir de la prisión.

“El deporte te sube la moral y te enseña a ser más tolerante. A mí, a lo que más me ha ayudado ha sido a evadirme: cuando jugaba, ni pensaba que estaba ahí”, indica este futbolista (pues vuelve a jugar en el Olont, el equipo del pueblo onubense de Gibraleón) de 38 años.

Tal vez esta última reflexión suya sirva para explicar por qué tantas personas comunes sienten la necesidad imperiosa de practicar actividad física a diario o cuando sus obligaciones se lo permiten. Incluso es posible que tenga razón el escritor Haruki Murakami cuando afirma en De qué hablo cuando hablo de correr (Tusquets) que tal vez no guarde demasiada relación con frases del tipo “venga, salgamos todos a correr y llevemos una vida saludable”, como imaginan muchas personas sedentarias. En realidad, parece más probable que progresar diariamente con algún deporte o actividad física ayude a muchas personas a superarse y a pensar que, con esfuerzo y tenacidad, cualquier cosa es posible en la vida.°
Gervasio Deferr
Foto de Jordi Play

Aprender de los campeonesPara ser el mejor cirujano, pastelero, policía o profesor hace falta lo mismo que para ser el mejor futbolista. Esta es la tesis que desarrolla Pep Marí, jefe del departamento de psicología del deporte del Centro de Alto Rendimiento Deportivo de Sant Cugat, en Aprender de los campeones (editorial Plataforma). “Cada vez estoy más convencido de que los principios necesarios para alcanzar la excelencia son los mismos para cualquier actividad”, esgrime Marí, que ha asesorado a deportistas de primer nivel y que compartió banquillo con Miguel Ángel Lotina cuando era entrenador del RCD Espanyol. Entre las habilidades para la vida diaria que proporciona progresar en un deporte, Marí cita las siguientes: “Compromiso, disciplina, afán de superación, constancia, humildad, flexibilidad, tolerancia, orden en el estilo de vida, sobreponerse a las dificultades, aprender a trabajar bajo presión, establecer objetivos a corto, medio y largo plazo, visualizar el éxito y, sobre todo, autoestima, porque la mejor manera de conseguir autoestima consiste en arriesgarse”. En la práctica, sostiene Marí, “se vive como se juega y se juega como se vive”. Para este psicólogo deportivo, “hay un estilo de vida de alto rendimiento que no consiste en entrenar seis horas al día, sino en que tu máxima prioridad sea prepararte para ser mejor”. “En la mayoría de los casos –prosigue–, el rival más terrible para conseguir cualquier objetivo en la vida es uno mismo, así que primero te tienes que ganar a ti mismo si quieres aventajar a los demás en cualquier cosa”, advierte. 

La Mina de Gervasio Deferr
Gervasio Deferr, el mejor gimnasta español de todos los tiempos, trabaja en la actualidad en un gimnasio de La Mina, un barrio muy humilde del extrarradio barcelonés donde conviven gitanos con payos y donde residieron Juan José Moreno Cuenca, el Vaquilla, o Ángel Fernández Franco, el Torete, símbolos carcelarios y exponentes de una generación de jóvenes sin futuro. Allí, en los arrabales de Barcelona, Deferr enseña a los niños a saltar el potro, pero también a integrarse socialmente y a escapar de las drogas y la delincuencia. “Yo no diferencio entre el deporte y la vida. El objetivo es que estos chicos evolucionen como gimnastas, pero sobre todo como personas”, cuenta. De hecho, Gervi  –como le llaman sus conocidos– se reconoce en muchos de estos chavales, por provenir también de una familia modesta y por ese carácter vivaracho que aprecia en sus alumnos. “Al final, cada uno acaba haciendo lo que quiere, pero si a un niño le das la opción de adquirir unos valores, tal vez consigas cambiar su destino”, dice. Por eso, además de enseñarles a clavar los saltos, les enseña a tener los pies en el suelo recordándoles la importancia de sacrificarse, de templar el carácter, de escuchar a las personas mayores y de esforzarse para ser “gimnastas hechos y derechos, pero también personas de primera”.

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