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lunes, 18 de febrero de 2013

Vivir en Libertad de Miriam Subirana

La ira tiene muchos “hijos”, como el odio, la rabia, el enfado, la intolerancia, la insistencia, la irritación, la obsesión el sarcasmo, la envidia, el abuso de la autoridad, la impaciencia, la falta de perdón… generalmente, “explota” cuando queremos controlar a otro o cuando nuestras expectativas no se han cumplido 

El odio es una emoción “incendiaria”, destruye la concentración y mata la capacidad de actuar con dignidad y excelencia. Quizá identificándote en el otro. Esperabas de él y te ha defraudado. Te ha herido y partido el corazón. Respondes  a esa herida con revancha. Tienes que hacérselo pagar. Crees que así harás justicia. Ese odio te mantiene atado al ser que odias. En vez de aceptarle, perdonarle y soltarle, te  atas más a él, nutriendo el dolor y el conflicto. ¿Puedes justificarse el odio? ¿Puede mejorar las cosas? ¿Odiar puede ser sano en alguna circunstancia? El odio afecta a tu salud, envenena tu corazón, mata tu paz interior, te saca de amor y felicidad, te quedas aislado en tu soledad oscurecida por la ira. 

Tómate un momento para reflexionar sobre la última vez que odiaste a alguien. Puede ser difícil ver que tu ira no la crea nadie más que tú. Aunque “parece” que la actuación de otra persona es responsable de tu estado emocional, la verdad es que el odio es tu reacción. Cada respuesta que creas puede ser una elección consciente. Olvidas que tienes la elección porque parece que el odio emerge de tu interior de forma natural. En realidad, estás permitiéndote actual. En realidad, estás permitiéndote actuar conducido por actuar conducido por el piloto automático, en el que tus hábitos subconscientes que se basan en tus creencias y tu percepción forman tus pensamientos y acciones conscientes. Ese es el signo de la pereza mental y emocional. En ese estado, tu inteligencia “duerme” y es imposible pensar con claridad y tomar decisiones precisas.

Para liberarte de este hábito, tendrás que dar cuatro pasos importantes:

1- Comprender que el odio no es sano. Cuando tienes un sentimiento de pérdida, te sientes triste. Esta tristeza por la situación generalmente precede al sentimiento de odio, rabia o frustración. Comprende tus emociones observándolas.

2- 
Aceptar que tú eres el responsable d e tu propia ira.

3- El otro es libre de actuar como quiera, no le puedes cambiar. Pero puedes mejorar tu respuesta. 

4- Estar dispuesto a observar, desafiar y cambiar las creencias y percepciones en la que te basas y que crean tu dolor emocional. Algunas de estas creencias potencian tu ira y bloquean tu aprendizaje. Por ejemplo, cuando crees que está bien que estés enfadado, que sentir rabia es la reacción natural y normal ante ciertas situaciones. Otra creencia es que la ira te provoca adrenalina y consideras que es una adicción sana, que te hace sentir “vivo”, que tener repentinas subidas de adrenalina hace que te sientas energético y fuerte. Y usas cualquier pretexto, por ejemplo, el coche parado en doble fila que no te dejó avanzar, para sentirte mal y !gracias al coche de delante sube tu nivel de adrenalina!

El sufrimiento emocional te indica que tiene que cambiar algo en ti, pero no cambias nada. Ignoras al mensajero y el estrés que creas continúa creciendo. Finalmente se convierte tanto en un hábito que, si te relajas y “desestresas, ¡te sientes incómodo! Te has acostumbrado a tu estrés.

Date cuenta de la necesidad de que evalúes tus creencias y su impacto en tu vida. Así estarás más dispuesto a cambiar y a mejorar tus hábitos. Este es el primer paso para conseguirlo.

“Es imposible enfadarse y reírse al mismo tiempo”, nos recuerda Wayne W. Dyer. La rabia y la risa se excluyen mutuamente, y tu tienes el poder suficiente como par escoger cualquiera de los dos. Cada vez que eliges enfadarte a causa del comportamiento de otra persona, la estás privando su derecho de ser lo que ella escoja.




Extraído del libro VIVIR EN LIBERTAD Miriam Subirana

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