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viernes, 22 de febrero de 2013

Valora las Habilidades y Valora el esfuerzo


EL ÉXITO ES MÁS CUESTION DE ACTITUD QUE DE APTITUD.

¿Cómo aumentar la confianza en las personas para que tengan éxito? ¿Cómo aumentar la fe y la confianza en ese potencial? ¿Cómo aumentar la confianza en sus logros y éxito? ¿Qué es lo que, más que otra cosa, motiva a las personas a finalizar una tarea? ¿Qué tipo de elogio o de halago anima más? No hay una respuesta tajante para estas cuestiones. Sin embargo, nos vamos a centrar, por el momento, en una investigación realizada, primero, por Carol S. Dweck y, después, retomamos algunas ideas de Richard Wiseman. Así que, por ahora, nos vamos a centrar en dos tipos de elogios motivacionales muy importantes: el primero es valorando las habilidades y, la otra, valorando el esfuerzo.

¿En qué consistió su investigación? Para averiguarlo, la autora de La Actitud del Éxito, Carol S. Dweck, empezó su estudio con un centenar de estudiantes adolescentes. En un primer momento, se les dio un conjunto de diez problemas, más o menos, complicados que habían sido extraídos de una prueba de Coeficiente Intelectual no verbal.

Al final de la prueba, en su mayor parte, los chicos lo hicieron bien, con lo cual se les elogió, primero en base a su capacidad: “caramba, has obtenido ocho respuestas correctas. La verdad es que es una puntuación muy buena. Debes de tener aptitudes para esto”. A este grupo de estudiantes, se les elogió por su capacidad intelectual, por sus habilidades, por su talento: tienes mucho talento.

En cambio, a otros estudiantes se les elogio por su esfuerzo: “caramba, has obtenido ocho respuestas correctas. Debes de haber trabajado duro de verdad”. Como se puede apreciar, estos chicos no se les ver que eran poseedores de un don especial, sino que, más bien, se les elogió por haber hecho lo necesario para alcanzar el éxito.

En principio, ambos grupos eran iguales. Pero se empezaron a desmarcar a partir de los elogios. ¿Qué efecto había tenido un elogio en sus actitudes a la hora de resolver nuevos problemas? En primer lugar, a los que se les había elogiado por su capacidad rechazaron cualquier tarea en la cual estaba implícito el esfuerzo y, sobre todo, en dónde se trataba de aprender. ¿Por qué? Según la autora, la razón por la cual ellos no querían hacer nada, se debía al hecho de que no querían que las nuevas pruebas revelaran sus habilidades y cuestionaran su talento.

¿Qué sucedió con el otro grupo de estudiantes que habían sido elogiados por su esfuerzo? Como era de esperar, más del 90% de los chicos que habían sido elogiados por su esfuerzo se apuntaron, sin dudar y sin miedo, a emprender una nueva tarea en la que, seguramente, podrían aprender. 

El segundo paso de la investigación consistió en darles una nueva prueba aún más complicada, más difícil que la primera. Como es fácil imaginar, dada la complejidad, casi ninguno resolvió favorablemente la prueba. Dice la autora que “los chicos que habían creído en sus dones llegaron entonces a la conclusión de que después de todo no eran inteligentes. Si el éxito había significado para ellos que eran inteligentes, no obtenerlo significaba que eran de cortos alcances”. Como es natural, terminaron por dejar de encontrarle la gracia a los problemas. Al estar presionados y motivados extrínsecamente, ya no se divertían. En palabras de Carol S. Dweck, “la diversión se acaba en cuanto pretendes conseguir la fama y tu talento puede ser puesto en duda”.

Por el contrario, añade, que “los chicos que creían en el esfuerzo llegaron a la conclusión de que la dificultad significaba tener que aplicar más esfuerzo. No consideraron el fallo como un fracaso y tampoco pensaron que fuera un reflejo de su capacidad intelectual”. Lejos de considerar que el resultado no era el esperado, vieron en los retos una nueva oportunidad para recrearse, de divertirse y, por tanto, de aprender.

¿Qué fue lo que, al final de todo, pasó con el rendimiento de los estudiantes? “Después de haber fracasado ante las dificultades, el rendimiento de los estudiantes elogiados por sus capacidades cayó en picado, incluso cuando les dimos problemas sencillos”. Lejos de mejorar, empeoraron no sólo respecto a los “contrincantes”, sino también en relación a las primeras tareas, puesto que habían perdido su confianza y la fe en sus capacidades o, lo que es igual, en la inteligencia. Por su parte, los que habían sido halagados por su esfuerzo, rindieron cada vez mejor. A raíz de los problemas, aguzaron su talento: se hicieron más inteligentes. Hasta cierto punto, resulta paradójico que el test de inteligencia no aumentara la inteligencia de los chicos “inteligentes”, sino que, al revés, la disminuyó. En lo que se refiere a los chicos considerados poco listos o con poco talento, sorprendentemente, aumentó considerablemente.

Tenemos más cosas por decir: resulta que, para darle la última vuelta de tuerca al tornillo, por así decir, se les sugirió la idea de que esa misma prueba que habían hecho, la pensaban aplicar a otros colegios para comparar resultados. Para eso, se les pidió que, en una hoja, escribieran sus opiniones sobre los problemas planteados y, algo importantes: que escribieran qué puntuación habían obtenido al realizarla. Antes de seguir leyendo, ¿qué se imagina el lector que escribieron, al menos, el 40% de los estudiantes que habían sido elogiados por sus capacidades? Mintieron sobre sus puntuaciones reales y lo hicieron mejorándolas. Claro, no cabe la imperfección, los fallos, los errores en este tipo de mentalidad, por lo que, al mentir, ocultaron esas “lunares” o puntitos negros, por decirlo figuradamente.

            Hasta aquí, ¿qué conclusión se puede sacar? Carol S. Dweck menciona que, al descubrir esta cuadro sorprendente, pero sobre todo, deprimente, fue que habiendo partido de chicos normales, con sólo decirles que eran inteligentes, se convirtieron en mentirosos. 

Estos hallazgos son de suma importancia para padres, maestros, entrenadores,  porque, no necesariamente, pero existe la posibilidad de que, si desconocen estos principios psicológicos, caigan en en el peligro de caer en su propia trampa y, al final, se sientan defraudados, decepcionados. En resumen: “decirles a los niños que eran listos hizo que al final se sintiesen más tontos y actuaran más tontamente, aunque afirmaran ser más inteligentes” (Carol S. Dweck).

A continuación, damos el último retoque a la presente investigación, recurriendo a Richard Wiseman, en especial, a su libro “59 Segundos”. Este autor, viene a confirmar lo que Carol S. Dweck había estudiado con jóvenes, pero él, en este caso, lo haría con niños. En general, se trata lo que podríamos llamar la moraleja de todo lo mencionado anteriormente: elogiar el esfuerzo más que la habilidad a la hora de conseguir algo. En esencia, el mensaje es idéntico: decirle a un niño que es inteligente puede que lo haga sentir bien, pero también puede inducir un miedo al fracaso. Por tal motivo, haría que el niño, a la larga, evitase situaciones complicadas para no quedar mal visto si no tiene éxito.

Además, decirle a un niño que es inteligente, le indica que no necesita esforzarse para hacerlo bien, como todo, supuestamente, es fácil para ellos. Por este motivo, los niños podrían estar menos motivados para hacer el trabajo necesario y podrían tener más tendencia a fallar. Desde un punto de vista psicológico, cuando se le dice a un niño que es listo o que tiene mucho talento, no es bueno para su salud mental. ¿Por qué? Básicamente, porque tenderá a evitar situaciones complicadas, a no esforzarse lo suficiente. Por lo tanto, esto lo lleva a desmotivarse rápidamente cuando la cosa se pone difícil.

En cambio, recibir cumplidos por el esfuerzo, por el empeño realizado es algo muy distinto a recibirlos por la habilidad, por la capacidad. Los niños que ven recompensados sus esfuerzos, se sienten más animados a volver a intentarlo, independientemente de las consecuencias, librándose así del miedo al fracaso. Por tanto, la posibilidad de aprendizaje vence al miedo a una nota baja, y prefieren hacer la tarea que supone un reto, en vez de una opción fácil. Además, por definición, estos niños están más motivados para esforzarse en futuras pruebas y es más probable que obtengan éxito. Y aunque fallen en el futuro, pueden atribuir fácilmente sus malas notas a no haberse esforzado demasiado, lo que evita que se sientan impotentes, frustrados. “Elogiar el esfuerzo lo empuja a llegar al máximo, a trabajar más y a perseverar ante las dificultades”, menciona Richard Wiseman, en “59 Segundos", (2009).

Como vemos, elogiar el esfuerzo, más que la habilidad (“bien hecho, seguro que has trabajado mucho”), anima y motiva a los chicos, y pensamos que a todos, a seguir intentándolo al margen e independientemente de las consecuencias, lo que evita el miedo al fracaso. “Eso, a su vez, hace que deseen probar con problemas que le suponen un reto, que disfruten más de dicho problemas y que procuren resolverlos en su tiempo libre”, recalca Richard Wiseman.

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