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domingo, 11 de julio de 2010

El Arte de Perder y Ganar

Cuando un niño acaba de perder un partido de fútbol con sus amigos y llega enfadado a casa sus padres le tranquilizan y le dicen: "tranquilo, lo importante es participar". Qué bien suena ¿verdad?, pero ¡qué difícil de llevar a la práctica! No vale decirle al niño que no pasa nada por perder, que lo importante es participar, y luego cuando el papá ve en la tele que su equipo de fútbol va perdiendo no se cansa de soltar improperios y descalificativos. El niño se siente engañado.

Así, nos encontramos niños que si sospechan que van a perder ya ni siquiera empiezan a jugar, otros abandonan a mitad de juego. Otros no admiten que la causa de su derrota sea una equivocación suya, una falta de esfuerzo o que el otro ha sido mejor. Buscan alguna excusa que justifique esa situación o culpan a alguien de lo que ha pasado (es muy habitual oír a los niños "me han suspendido" en vez de "he suspendido") y se pillan un enfado un tanto desproporcionado.

En el otro extremo nos encontramos niños que ganan y humillan a su adversario, o que van fanfarroneando por ahí con sus éxitos. Ni lo uno ni lo otro. Hay que enseñar a los niños, lo que decíamos en el primer párrafo, que lo importante es participar y que para ello hay que prepararse y esforzarse en dar lo mejor de sí mismo.

Este aprendizaje se hace desde muy pequeño, cuando el niño empieza a jugar con sus padres. En muchas ocasiones éstos le dejan ganar para que el niño no se frustre y se sienta bien. Esto no está mal, a veces hay que dejarle ganar para que el niño tenga interés en mejorar, pero también hay que dejar que pierda para que no se crea que él todo lo puede, y luego se lleve un chasco con sus amigos que seguro no le van a dejar ganar.

El hecho de que el niño se enfade cuando pierde es una reacción normal. A nadie le gusta perder, y menos a un niño. Ellos lo viven como un fracaso, y como viven en el presente, el futuro les queda muy lejos, y por tanto les cuesta darse cuenta que "perder una batalla no significa perder la guerra". Uno siempre puede volver a intentarlo en otro momento, pero hay que estar preparado para ello.

Como padres debemos tener en cuenta una serie de aspectos:

Hay que ser consecuentes entre lo que decimos y hacemos. Tenemos que aprender también nosotros a perder y a medir nuestras reacciones. En el día a día hay que reconocer el mérito del que se esfuerza, del que mejora y no solamente del que gana (p. ej. hemos perdido el partido pero Luis lo ha dado todo).
Cuando el adulto gane o pierda con el niño o con otros, debe hacerle de modelo en sus reacciones (p. ej. "He ganado, pero no ha sido fácil, tirabas los balones con mucha fuerza", o "Felicidades, has ganado. Yo he perdido porque no he estado muy atento y me equivoqué tirando esa carta").
Es normal que tras perder uno se sienta un poco triste y decepcionado, pero no se deben permitir reacciones desproporcionadas (agresiones verbales, físicas o contra el material). Si se producen hay que dejar muy claro al niño que en esas condiciones no puede jugar y se queda fuera del grupo hasta que se calme.
Hay que mantener las formas. Se gane o se pierda hay que felicitar al adversario ("Felicidades lo has hecho muy bien") o solidarizarse con él ("Lo siento. Ha sido un placer jugar contigo").
Tanto los padres como los hijos tienen que aprender a hacer autocrítica para saber qué aspectos tiene uno que tener en cuenta para mejorar. Es más fácil criticar al otro que a uno mismo. Cuando el niño esté triste porque ha perdido, ayudadle a analizar el partido y hacedle preguntas sobre qué se podría haber evitado o qué se puede cambiar para la próxima vez, en función de su edad. Para poder hablar de la derrota a veces hay que esperar a que el niño se calme un poco y lo pueda ver con un poco de distancia. En el momento de la frustración es difícil dialogar y ver las cosas.
Se le debe enseñar a jugar limpio. Hay que establecer reglas y hay que respetarlas, por eso si son pequeños no debe haber muchas. Además, éstas no se pueden cambiar cuando a uno le interesa.
A ningún padre le gusta ver sufrir a su hijo, y a todos les gustaría que su hijo fuese el mejor, pero no puede ser. La vida no es siempre un camino de rosas y por tanto los niños tienen que aprender a tolerar la frustración y a sobreponerse de ella. Además, tienen que saber asumir la victoria, y que no se crean más de lo que son.

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