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domingo, 10 de junio de 2012

Angel Peralbo cuidado


Alarmado por el aumento de adolescentes conflictivos en nuestro país, Ángel Peralbo, psicólogo y director del área de Adolescencia del Centro de Psicología Álava Reyes decidió escribir un libro sobre las estrategias que deben seguir todos los que tienen un joven en casa: «Para los que no tienen problemas, para los que han empezado de forma incipiente y para los casos extremos». Se titula «El adolescente indomable».
—¿Por qué los adolescentes son cada vez más indomables?
—Entiendo que hay factores psicológicos intrínsecos a las familias y factores sociales. El factor del que más hablamos es el de la pérdida de autoridad. La adolescencia siempre conlleva una serie de características de dureza, de problema, de conflicto. Los adolescentes están chocando con una pared excesivamente débil, los límites están deteriorados, han cambiado mucho. La autoridad era natural hace unos años y ahora es cuestionable. Los adolescentes de hoy tienen la sensación de que ellos manejan el entorno, y es cierto. Manejan el entorno, toman decisiones, dirigen. Se cuestionan que alguien les pueda dirigir. Y cuando nos hemos querido dar cuenta, los educadores y los padres ya estamos perdidos. Los adolescentes están sobreestimulados, tienen información tremenda, pero el proceso de madurez sigue siendo el mismo.
—¿Se puede hablar de culpables?
—Hablemos mejor de responsabilidades, porque eso se traduce en posibilidades de mejora. Demos la vuelta a la situación: los padres todavía pueden hacer muchas cosas por los adolescentes porque se están formando. Son los que tienen la llave de la solución. Todavía pueden, con estrategias, reconducir a un adolescente. Los educadores pueden ayudar, tienen una participación activa. Pero la clave está en los padres. Si les ayudamos, les formamos, al final van a traducir ese grado de culpa que se les ha ido echando en responsabilidad, y hay solución.
—¿Es fácil que los padres reconozcan los problemas de sus hijos?
—Lo que suelen hacer es aguantar demasiado, y no contárselo a nadie. Les genera una sensación de fracaso personal que va unida a la sensación de culpa por haber hecho las cosas mal. Y es un problema que, mientras no asumimos y no lo ponemos en conocimiento, tampoco cambiamos nuestras estrategias.
—¿Qué se puede hacer para prevenir estos comportamientos?
—Lo primero es observar mucho a nuestros hijos porque, si somos buenos observadores, podemos detectar esas conductas de forma incipiente. También individualizar mucho la educación de cada uno de los hijos. Si son diferentes, nos daremos cuenta de que tienen necesidades distintas, y si estamos atentos las identificaremos. Hay que moverse sin perder la afectividad, trabajarla porque en ella nos apoyaremos en un futuro. Que haya mucha proximidad al adolescente, pero no a costa de firmeza, tiene que ir al mismo nivel. Tenemos que mantener la firmeza en las normas, en los hábitos, en las rutinas, porque es lo que va a hacerles fuertes. Que sientan que sus padres están cerca, pero que son ellos los que manejan las cuestiones educativas.
—¿Y qué no se debe hacer?
—Estar enfadados todo el día con los hijos, participar en los conflictos en los que ya sabemos que se van a imponer, no entrar, autocontrolarse. No es un papel fácil porque los padres deben ser padres y policías.
—¿Cómo actuar para cambiar una actitud conflictiva?
—Impedir que crezca, que no se convierta en una bola de nieve. Hay que detectarlo temprano, intentar cortarlo cuanto antes y sacar el problema del ámbito familiar.

«La pareja debe consensuar la línea de educación de los hijos»

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