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martes, 1 de abril de 2014

La Importancia del ENTUSIASMO

El entusiasmo

La función principal del intelecto es dirigir bien la conducta, valiéndose del saber y de la emoción

ES | 20/04/2012 - 08:38h
Creo, como creían los antiguos griegos, que el entusiasmo es un don del cielo, o sea, una suerte recibida que conviene proteger. La etimología de la palabra es iluminadora: en-theós. Sentirse poseído por un dios. A su vez, la palabra theós tiene su propia etimología: “lo enérgico”, “lo poderoso”. Cuando comencé mis aventuras de espeleología etimológica, me sorprendió saber que la palabra dios, antes de ser un sustantivo, fue un adjetivo: lo divino. Una propiedad maravillosa que tenían ciertas cosas. Los hindúes mantienen este significado y por eso veneran a tres millones de dioses, es decir, a tres millones de cosas divinas. ¿Cómo no va a ser divina la capacidad de una jarra para mantener el agua? ¿Cómo no va a ser divino que las cercas retengan a las ovejas? Y los hititas adoraban al dios Telepinu, la divinidad que hacía que las causas produjeran los efectos debidos. Temían que si ese dios desapareciera, la hierba dejaría de crecer, las vacas dejarían de dar leche, y el sol no volvería de su nocturno viaje al mundo oscuro.
Escribo este artículo en un restaurante. En una mesa frente a mí, comen un matrimonio con dos niños pequeños, calculo que de cinco y dos años. Me conmueve el interés con que intentan entusiasmar a sus hijos. Jalean la aparición de los macarrones con tomate, jalean el poder echar queso por encima, jalean que los macarrones se llamen macarrones. Sin duda, es un entusiasmo “profesional”. Querrían que sus hijos se sintieran habitados por ese dios que, acaso, en ellos ya se despereza sólocuando miran a sus hijos, pero que desaparece en el resto tedioso de la vida.
Soy propenso a entusiasmarme, y en este momento lo estoy por una causa concreta. Pertenezco a un peculiar sector cuyos miembros –los investigadores, detectives, exploradores– sienten una íntima efervescencia cuando descubren un rastro. Tal vez nuestros ancestros evolutivos sean los perros perdigueros. O acaso mantengamos el recuerdo de la excitación de nuestros antepasados cazadores. Nos llena de entusiasmo seguir una pista, sentir que la huella de la presa se intensifica, que estamos cerca de conseguirla, que los indicios convergen. Ya no es sólo la pisada, ni el olor, sino que hay una guedeja prendida en un espino. El espiritualísimo Platón ya dijo que el enamorado de la verdad era como un perro cazador. Y el carnalísimo san Agustín lo dijo más espiritualmente: somos como ciervos en busca de la fuente. En mi caso, mi entusiasmo se debe a que creo que he encontrado la respuesta a un problema cuya solución buscaba desde hace años. ¿Qué es la inteligencia? Las primeras respuestas dijeron que era la facultad de conocer. Pero, pronto se supo que la emoción llega donde no llega el conocimiento. “De nada vale que el entendimiento se adelante si el corazón se queda”, dijo Baltasar Gracián. Ahora, tengo la convicción de que la función principal de la inteligencia es dirigir bien el comportamiento, aprovechando adecuadamente el conocimiento y la emoción.
Tenemos un ambicioso proyecto de viaje: la felicidad, la grandeza, la bondad. Nos sentimos impulsados por deseos contradictorios, abrumados por los desánimos, atenazados por nuestras manías, y sólo el poder unificador que tiene la inteligencia ejecutiva, que saca fuerzas de flaqueza, nos salva. Haber fundado la educación en una inteligencia puramente cognitiva nos condujo a progresar en ciencia y estancarnos en asuntos humanos. Basarla en la inteligencia emocional puede dirigirnoshacia una búsqueda del confort sentimental absolutamente egocéntrico y sometido a las intermitencias del corazón. Necesitamos edificarla sobre una inteligencia capaz de integrar cabeza y corazón, y sobre todo, intereses inmediatos y proyectos lejanos. Esta es la función de la denominada inteligencia ejecutiva. Recuerden este nombre, porque lo van a oír con frecuencia.


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