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domingo, 25 de septiembre de 2011

A los 9 años mi padre me Dijo No te rindas

A los 9 años, Cristina Montes (Sabadell, 1989) veía que las letras no le entraban ni con sangre. Captaba las palabras pero era incapaz de relacionarlas y perdía el hilo. Ella se esforzaba, sus padres se desvivían, pero no había forma. Le seguían lloviendo los insuficientes.

–Letras y números se le hacían una montaña.
-[Se emociona] Ufff... Cada día iba al cole sabiendo que no sería capaz de hacer lo que me pedían. No avanzaba. Mis notas eran espantosas. Solo aprobaba Educación Física y Arte. Mi autoestima estaba por los suelos. Me sentía permanentemente frustrada. En cuarto de primaria, un maestro le dijo a mi madre, delante de mí, que yo era «nula» para los estudios, que no era apta para la educación obligatoria y que la solución no era repetir. Lo mío sería un ir pasando.

–La condenó a un limbo escolar.
–A veces, cuando estaba sola en mi habitación, pensaba: «No hace falta que luches, no lo lograrás, siempre podrás acabar empleada en banca (el sector en el que trabaja mi padre)». Pero enseguida desterraba esa idea. Mi obsesión era que ningún otro niño volviera a sufrir lo que yo había sufrido. Quería llegar a ser maestra. Una maestra que no etiquetara a ningún niño.

–Un propósito singular. Podía haberse convertido en una rebelde.
–Mi padre me dijo: «No te rindas». Me transmitió su confianza y me cambió de colegio. Al marchar, le dijo al director que se habían equivocado conmigo, que yo era una hormiguita y que no me habían dedicado el suficiente tiempo.

–¿Funcionó el cambio?
–Comencé suspendiendo, pero poco a poco, con constancia, empecé a acoplarme. Me fui construyendo a medida que superaba los obstáculos. Hasta que vino otro golpe: mi nota de selectividad no me permitía entrar en Magisterio en la Universitat Autònoma, que era mi sueño.

–Menudo jarro de agua fría.
–Pero mis padres volvieron a decir: «No pasa nada». Sondearon las opciones privadas y me apuntaron a la Universitat Internacional de Catalunya (UIC). Hice Educación Infantil y Primaria a la vez. Obtuve los dos títulos en tres años, cuando lo habitual es sacarlos en cinco. Incluso me pusieron matrículas en Didáctica de la Matemática y Ética. ¡Lo deseaba tanto! El día de mi graduación fue el mejor de mi vida. Ver a mis padres ahí, sentados... Si había logrado eso, no habría nada que no consiguiera. Y quiero más... Ya tengo media licenciatura de Psicopedagogía.

–¿Cómo se explica el cambio?
–Ahora que soy maestra veo que yo tenía un problema de lectoescritura. No asenté bien las bases cuando tocaba y fui acumulando retrasos.

–El trabajo lo encontró sin demora.
–Cuando acabé en la UIC, el rector Salvador Vidal, encantado con mi entusiasmo, me dijo que una escuela de Alella buscaba un perfil como el mío para llevar una tutoría de tercero de primaria. Acepté y, desde la pizarra, era capaz de percibir a los que tenían dificultades. Una madre me escribió en una carta: «Lástima que no tenga una hija más pequeña para que pudiera pasar por tus manos, porque tú sabes dónde están las debilidades y las fortalezas, y cómo se pueden trabajar».

–Imagino cómo encajó el elogio.
–Con una enorme alegría. A mí nadie me motivó. Mi padre confió, pero ningún maestro me dijo: «Trabajaremos a partir de esto o probaremos con aquello». Tenía un nudo académico y emocional que nadie desenredó. Con el tiempo, he entendido que mi forma de aprender no era auditiva, sino más visual. Cuando empecé a estudiar a través de gráficos y esquemas, mi mente fue capaz de reconocer y relacionar.

–Todo esto le afecta aún, veo.
–He sufrido mucho. Y eso que he tenido mucha suerte, porque mis padres pudieron pagarme una universidad privada. Otros no la tienen.

–Por cierto, ¿qué fue de aquel maestro que la tachó de «nula»?
–Creo que lo echaron del colegio por darle una colleja a un niño. Pero prefiero quedarme con lo positivo: la satisfacción de dar respuesta a aquellos padres que se encuentran en la situación en la que se encontraron los míos. Etiquetar es muy malo.

–Es una manía generalizada.
–Cada uno tiene un estado madurativo. No existen los «nulos». Sus posibilidades están en el interior y solo hace falta explorarlas. Saldrán a su debido tiempo. También creo que para que un niño sea autónomo es importante inculcarle valores como el esfuerzo y la perseverancia. En mí está la prueba de su importancia.

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