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lunes, 28 de febrero de 2011

Aprender a Postergar la Gratificación

Esta es una Segunda lección Esencial.
Si la primera es enseñar la realidad
respecto de la dureza de la vida a tus hijos.
La Segunda
Es enseñarles a esforezarse mucho hoy
Y a saber esperar para recibir la Gratificación.



Postergación de la gratificación
No hace mucho tiempo una analista de finanzas de unos treinta años se me quejó durante varios meses de la tendencia que tenía a holgazanear en su trabajo. Habíamos analizado sus sentimientos respecto de los jefes y los sentimientos respecto de la autoridad en general y especialmente de sus padres. Habíamos examinado las actitudes de la paciente frente al trabajo y al éxito y habíamos establecido que esas actitudes tenían relación con su matrimonio, con su identidad sexual, con su deseo de competir con el marido y con sus temores de semejante competencia. Sin embargo, a pesar de todo este laborioso trabajo psicoanalítico,, la paciente continuaba dejando pasar el tiempo en su trabajo así como hacía antes. Por fin, un día me atreví a considerar algo que parecía evidente y le pregunté: “¿Le gustan las tartas?” Me contestó que le gustaban. “¿Qué parte de la tarta prefiere usted?”, continué. “¿La tarta misma, o la capa de merengue?” “¡Oh, la capa de merengue!” Replicó con entusiasmo. “¿Y cómo come usted un trozo de tarta?” le pregunté sintiendo que yo debía ser el psiquiatra más tonto de todo el mundo. “Primero como la capa de merengue, por supuesto”, contestó la paciente. De su costumbre de comer las tartas pasamos a considerar sus hábitos de trabajo y, como cabía esperar, descubrí que en cualquier trabajo dado del día la paciente dedicaba la primera hora a la parte más gratificante de su trabajo y luego dejaba el desagradable resto para las otras seis horas. Le indiqué que, si se obligaba a realizar la parte desagradable de su trabajo en la primera hora, después quedaría en libertad de disfrutar de las otras seis. Le dije que me parecía que una hora de desplacer seguida por seis horas de placer era preferible a una hora de placer seguida por seis horas desagradables. La paciente manifestó que estaba de acuerdo y, como era una persona con fuerza de voluntad, ya no holgazaneó en su trabajo.
Dilatar la gratificación es un proceso que supone programar lo agradable y lo desagradable de la vida de manera tal que aumente el placer al experimentar primero el desplacer con el cual se acaba. Esa es la única manera decente de vivir.
Este instrumento o proceso de programación es algo que la mayor parte de los niños aprenden en edad temprana, más o menos a los cinco años. Por ejemplo, a veces cuando un niño de cinco años está jugando una partida con un compañero dirá a éste que juegue el primer turno, para luego poder gozar él del suyo. A los seis años los niños pueden comenzar a comer primero la tarta y dejar para lo último el merengue. Durante toda la escuela primaria el niño ejerce diariamente esta temprana capacidad de postergar la gratificación, especialmente en lo que se refiere a las tareas que deba hacer en su casa. A los doce años algunos niños ya son capaces de sentarse a realizar sus tareas sin que los padres se lo indiquen y antes de ponerse a mirar televisión. A los quince o dieciséis años se espera esa conducta de los adolescentes y esto es considerado normal.
Pero, como los educadores saben, a esta edad hay muchos adolescentes que en modo alguno cumplen tal norma. Si bien muchos tienen una capacidad bien desarrollada de diferir la gratificación, algunos adolescentes de quince o dieciséis años no parecen haberla desarrollado y algunos hasta parecen carecer enteramente de dicha capacidad. Ésos son los estudiantes con problemas. A pesar de que su cociente de inteligencia es bueno, su rendimiento escolar es pobre, sencillamente porque no trabajan. Pierden clases o faltan completamente a la escuela por cualquier capricho del momento. Son impulsivos y su impetuosidad se derrama también en toda su vida social. Tienen frecuentes riñas, entran en contacto con las drogas, comienzan a verse en dificultades con la policía. “Goza ahora y paga después” es su lema. Entonces los padres acuden a los psicólogos y psicoterapeutas, pero casi siempre es demasiado tarde. Esos adolescentes se molestan ante cualquier intento de inter- venir en su vida impulsiva, y aun cuando se puede vencer ese enojo mediante actitudes amistosas y efusivas por parte del terapeuta, la impetuosidad de esos jóvenes es tan grande que les impide participar en el proceso psicoterapéutico de una manera significativa. Faltan a las sesiones, evitan toda situación importante y penosa. De manera que en general la intervención terapéutica fracasa y esos chicos terminan por abandonar los estudios y continúan en una serie de fracasos que frecuentemente desembocan en desastrosos matrimonios, en accidentes, en hospitales psiquiátricos o en la cárcel.
¿A qué se debe esto? ¿Por qué una mayoría de chicos puede desarrollar la capacidad de postergar la gratificación en tanto que una minoría considerable no logra desarrollar dicha capacidad? La respuesta no se conoce científicamente de una manera absoluta. El papel que desempeñan los factores genéticos no es claro. Las variables no pueden controlarse suficientemente mediante la prueba científica. Pero la mayor parte de los signos apunta claramente a la calidad de su crianza y a la condición de los padres como factores determinantes.

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