El investigador defiende dicha tesis a partir de diversos experimentos, entre los que se cuenta el que llevó a cabo con una muestra de cuarenta estudiantes de Princeton, que tenían que resolver tres problemas de razonamiento matemático presentados en dos tipografías diferentes, una de las cuales era sensiblemente más difícil de leer que la otra. Pues bien, los que resolvieron los problemas con la tipografía más compleja sacaron mejores resultados que los otros. ¿La conclusión? Que los retos agudizan el ingenio.
Y aquí es donde aparece uno de los primeros problemas que han planteado sus críticos, como es el caso del psicólogo Christopher Chabris en las páginas de Slate. Como recuerda el autor de The Invisible Gorilla: How Our Intuitions Deceive Us (Harmony), quizá una muestra de 40 personas no sea precisamente lo que se conoce como “rigor científico”, sobre todo si el primer experimento no va acompañado de uno posterior que lo refrende. Y, sin embargo, dicho estudio sirve a Gladwell para explicar por qué el pez chico se come tantas veces al pez grande.
Pero no es el único: en The Sport Gene: Inside the Science of Extraordinary Athletic Performance (Current), David Epstein señalaba que la célebre regla de las 10.000 horas era mentira; no todo el entrenamiento tiene los mismos efectos, no existe ninguna evidencia estadística a tal respecto y, por lo tanto, no se puede generalizar que la práctica continuada de una disciplina garantice la maestría en la misma. Gladwell replicó que no se trataba de ninguna ley infalible, sino de una mera aproximación.
Un storyteller más que un científico
Chabris explica que, aunque Gladwell tiende a la generalización, no se puede decir que su éxito se deba a que, como alguno de sus detractores ha manifestado, simplemente constante lo obvio. En realidad, asegura el psicólogo, Gladwell es el rey de la contraintuición. Sus tesis raramente coinciden con la opinión generalizada sobre un tema, y sus argumentaciones resultan lo suficientemente convincentes para que el lector se golpee la cabeza cuando llega al final del volumen diciéndose “¡claro!”
Se trata de algo reconocido incluso por sus seguidores. No hay más que echar un vistazo a los comentarios de los lectores de Amazon para darse cuenta de que lo que más interesa a la mayoría son lo buenas que son las historias y la simplificación que hace del mundo, que lo convierte en un lugar cognoscible. Pero, como recuerda Chabris, no se puede elevar a la categoría de “leyes” (como es la “ley de los pocos” de La clave del éxito) lo que son merospatrones de comportamiento, por mucho que parezcan actitudes generalizadas.
“Lo que intento es darle a la gente acceso a todo ese conocimiento brillante. Es una manera de volver a la universidad después de haberse graduado”, continua el autor. En definitiva, la cuestión parece resumirse en dos palabras, al menos desde el punto de vista de Gladwell: divulgación o rigor, comprensión o inaccesabilidad. Quizá una visión demasiado maniquea, aunque a la que ha de enfrentarse todo aquel que escribe sobre ciencia para grandes públicos; quizá el auténtico divulgador del futuro sea aquel que sepa conjugar ambas perspectivas con humor y disciplina.
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