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lunes, 27 de abril de 2015

La Influencia es La Clave de La Educación INFLUENCIA y CONFIANZA

Años atrás, María arrastraba un sentimiento de culpa. Las notas de su hijo eran pésimas, tanto que el chico acabó dejando los estudios. Agarró la guitarra, compró un vuelo a Londres y allí se dedicó a tocar en el metro. “No sé qué he hecho mal”, era una de las frases que repetía reiteradamente. Hace unos días me la encontré radiante. Me contó que su hijo finalmente había retomado los estudios y que sus calificaciones eran tan brillantes que incluso había conseguido una beca. Y añadió: “Al final resulta que no he sido tan mala madre”. El nombre es falso, el caso, verídico, y el fondo resulta representativo del sentimiento de muchos padres.
Aunque se eduque igual a varios hijos, ellos crecen de forma diferente
Si se disecciona esta anécdota, se descubre que una de las premisas de las que partía esa madre era que continuar con los estudios era bueno, y tocar la guitarra, malo. Nuestra mente dicotómica funciona así, juzgándolo todo y poniéndolo en dos únicas estanterías: la blanca o la negra. Pero si se va más allá de la programación social y con honestidad nos planteamos si como padres sabemos con total seguridad dónde pueden encontrar nuestros hijos la felicidad. ¿Tenemos la respuesta?
Otra de las premisas de las que partía María es que los resultados determinan si se es buen o mal padre y que estos dependen exclusivamente de nosotros y no de la actitud y aptitudes de los propios hijos.
En nuestros días es fácil sentirse culpable por una cosa u otra. Podemos elegir entre un amplio menú. Si el objeto de la carga son los hijos, existe a nuestra disposición una inmensidad de libros de instrucciones que asesoran sobre cómo educarlos. Vivimos en un mundo donde se vende la ilusión de que todo puede controlarse, donde cualquier cosa debe bailar al son que se quiera marcar. Por este motivo tenemos más tendencia a querer dominar las cosas que a aceptarlas. Nos inclinamos demasiado hacia el control. La aceptación parece que se ha quedado anticuada, y sin embargo suele ser el primer paso para el cambio. Como padres hay tres grandes puntos que se deben interiorizar:

Para saber más

ILUSTRACIÓN DE ANNA PARINI
PELÍCULAS
‘Tenemos que hablar de Kevin’
Lynne Ramsay
‘La extraña vida de Timothy Green’
Peter Hedges
‘Boyhood’
Richard Linklater
Reconocer el peso de los genes. Son muchas las investigaciones en las que se estudian gemelos univitelinos que han sido adoptados por distintas familias. En ocasiones, incluso por familias que viven en distintos continentes. Dos individuos con los mismos genes y con una educación diferente. Si el comportamiento fuera solo resultado de la educación, deberían encontrarse más diferencias que similitudes entre ellos, pero no es así. Las semejanzas son enormes. Sus capacidades y características psicológicas se parecen muchísimo más entre ellos que entre hermanos no gemelos educados por los mismos padres. De hecho, no hacen falta muchos estudios para comprobar sin gran dificultad que, aunque se eduque igual a varios hijos, ellos crecen de forma diferente.
Si aceptamos que los hijos no son hojas en blanco en las que se pueda escribir, quizá dejemos de darnos golpes contra la pared. Nuestras expectativas no nos dejan asumir la realidad. Si queremos que nuestro hijo sea ingeniero, pero es un fracaso en Matemáticas porque lo que le gusta es la pintura, lo tendremos difícil para que lo consiga. Aun en el caso de que alcance el título esperado después de mucho esfuerzo y sacrificio…, ¿significa que será feliz? Los consultorios de los psicólogos están llenos de personas que han seguido el camino que les han marcado sus progenitores en contra de sus propios deseos y, lo que es peor, de sus habilidades.
Gregorio Luri, filósofo y autor de Mejor educados (Ariel), afirma que la paternidad contemporánea está muy neurotizada. Sus palabras lo muestran con claridad: “Creo que mis padres y los de la gente de mi generación sabían que nunca eres responsable al cien por cien de lo que hace tu hijo, y esa lección básica la han olvidado los padres de hoy. Los progenitores antiguos dirían: ‘¡Mira qué hijo me ha salido!’; uno de hoy se preguntaría qué ha hecho mal. Hay muchos elementos que no controlamos, y eso a los padres de antes los tranquilizaba, pero a nosotros nos angustia”.
Admitir que sabemos poco. Parece que todos tengamos que tener algún tipo de trauma infantil y que este sea la causa de todas las patologías psicológicas que se presentan en la edad adulta. Con esta idea no extraña que los padres sientan una hiperresponsabilidad: tienen en sus manos algo extremadamente delicado que a la mínima se puede golpear y quedar marcado.
Martin Seligman, el padre de la psicología positiva, revisó multitud de estudios donde se investigaba el hipotético efecto que pueden tener los sucesos negativos de la infancia en la edad adulta. Sus conclusiones fueron que no gobiernan forzosamente los problemas adultos. Seligman colocó al trauma en su sitio. Muy ligado a este hecho viaja el concepto de que una prole sana debe criarse en la típica familia convencional. En un estudio coordinado por Enrique Arranz (Universidad del País Vasco) y Alfredo Oliva (Universidad de Sevilla) se compararon seis tipos de estructuras familiares (tradicional, monoparental, reconstituida, homoparental, múltiple y adoptiva). Concretamente se estudió el ajuste psicológico de los niños. No se encontraron diferencias. La familia ideal no existe.
Palabras del profesor de Albert Einstein: “Este niño no llegará a ningún sitio”. La profesora de Thomas Edison dijo: “Es un chico confuso, inestable y embrollón”. El maestro de Charles Darwin afirmó: “Se encuentra por debajo de los estándares de inteligencia. Es una desgracia para la familia”.
Los sucesos negativos de la infancia no gobiernan forzosamente los problemas adultos
A simple vista parecen ejemplos balsámicos para padres de niños no brillantes (la gran mayoría); pero esta sería una conclusión engañosa porque ser Darwin, Edison o Einstein no garantiza ser feliz, que es lo que la mayoría de padres desea para sus retoños. La idea más luminosa que se encuentra enterrada en estas anécdotas es que cualquier tipo de predicción que hagamos suele ser infantil porque no sabemos nada, ni de estructuras familiares idóneas, ni de traumas infantiles, ni de nada. Ser padres humildes es la salida más inteligente.
Aceptar la naturaleza humana. No es que no podamos controlar a nuestros hijos, es que ni siquiera somos capaces de controlar nuestros propios pensamientos. La mente no está quieta. No cavilamos lo que queremos, sino que los pensamientos surgen solos y van saltando de aquí para allá. Por ese motivo la mente errante también recibe el nombre de “mente del mono”. Nuestro hijo se presenta con tres asignaturas suspendidas y el mono empieza a saltar de rama en rama y terminamos visualizando que de mayor tendrá que mendigar por las calles.
Ese mono puede traer pensamientos realmente oscuros. Llegamos a casa cansados y vemos que los niños lo han puesto todo patas arriba, no han hecho sus deberes, no han seguido nuestras instrucciones, encima nos enteramos de que uno de ellos ha cometido una gamberrada que nos parece apoteósica, y entonces dudamos de si los queremos, quizá hubiéramos sido más felices sin ellos, cogeríamos una maleta y nos iríamos a un país muy, muy lejano. Y dos horas más tarde aparece la culpa por haber pensado algo tan perverso. Pero no lo hemos pensado nosotros, ¡ha sido el mono! Que salta sin ton ni son de rama en rama sin tener en cuenta nuestros verdaderos sentimientos. La naturaleza humana es así, con mono incorporado. Por eso somos contradictorios, ambivalentes, inseguros, irracionales. No podemos pretender ser otra cosa. Lo paradójico es que cuanto más aceptamos esa naturaleza, menos nos hace sufrir. Nosotros no somos los únicos que tenemos un mono, ¡nuestro hijo también! Así que debemos aceptar al nuestro y al suyo.
Asumir la naturaleza humana y ser humildes es la manera de navegar con menos sufrimiento por nuestras dudas, miedos e inseguridades como padres. No existe el manual del padre perfecto. Así que, si queremos ser así, ya nos hemos equivocado P

viernes, 24 de abril de 2015

Los HIjos Tiranos con la Madre

El pasado jueves un joven de 25 años acabó presuntamente con la vida de su madre, de 49, en su domicilio de Madrid. Los vecinos apuntaban que las discusiones entre ambos eran muy frecuentes, pero nadie auguraba este dramático final porque «el chico era muy agradable y simpático» con todos, «menos con su madre».
Desgraciadamente, no es un hecho aislado. Fuentes de la Policia Nacional aseguran que la violencia filio-parental o ascendente «no cuenta con una estadística propia» y los casos se incluyen «dentro del ámbito de violencia familiar». Aún así, según datos de la Fiscalía General del Estado, las agresiones de hijos a padres han aumentado considerablemente en los últimos años. En 2006 se cuantificaron en España 2.000 casos y en 2012 un total de 4.936. «Solo en 2013 se iniciaron 4.659 procedimientos a jóvenes mayores de 14 años por este tipo de sucesos, siendo Andalucía, Valencia y Cataluña, las regiones que concentraron la mayor parte», resaltaJavier Urra, director clínico de Recurra-Ginso y presidente de laSociedad Española para el Estudio de la Violencia Filio-Parental (Sevifip).
No obstante, los expertos insisten en que existen muchos casos más, pero no se denuncian «por miedo, ignorancia, vergüenza, dejadez y, en general, porque “¿para qué?, ¿acaso soluciona “mi problema”? —apunta José Cabrera, psiquiatra y médico forense—. Y, en la mayoría de los casos —añade—, por lástima quedando siempre en el ánimo de los padres un deseo: “a lo mejor no vuelve a suceder”».

Ataque psicológico y físico severo

Hay ocasiones, incluso, en que los padres no reconocen esta violencia porque la perciben de forma diferente a sus hijos. Se considera violencia filio-parental a las agresiones psicológicas que suponen desobediencia, insultos, amenazas, chantaje, robo de dinero o de objetos familiares de gran valor económico o emocional. Realizar más de seis veces dicho comportamiento en el último año es una agresión psicológica severa. Y, la más conocida, la agresión física, supone romper objetos, daños materiales en el ámbito familiar y agresión a los progenitores. Si se repite tres veces en un año, se considera agresión física severa.
Según datos del juez de Menores de Granada, Emilio Calatayud, el 80% de la violencia de menores en general lo comenten los chicos y un 20% las chicas. En el caso de la violencia filio-parental, el 60% la cometen chicos y el 40% chicas. Ellos eligen más la violencia física y ellas la física y la verbal para hacer un mayor daño moral.
Francisco Castaño, profesor de Secundaria y director deAprendeaeducar.org junto a Pedro García Aguado —conocido por su programa «Hermano mayor»—, asegura que sólo un 1% de los casos de jóvenes que agreden a sus padres se debe a un trastorno o psicopatología. «El 99% de los casos se debe a un problema de educación inadecuada. Es decir, no son chicos malos, sino que tienen un mal comportamiento», puntualiza.
Explica que existe la creencia de que estos chicos han sido víctimas de malos tratos, son adictos a la droga, alcohol y son de clase social baja. «Algunos lo son, pero la mayoría son de clase media y alta. Son hijos de políticos, médicos, deportistas de élite...».

¿Por qué agreden a los padres?

Uno de los principales motivos es, según Castaño, la falta de normas y límites claros en el hogar. «Hay padres que protegen en exceso a sus hijos: les dan todo lo que quieren, les hacen los deberes, les dan dinero para caprichos... En el momento en que le dicen "no", comienzan los gritos y el hijo tenderá a desahogar toda su rabia con golpes o insultos porque no entiende que se le contrarie. Algo parecido ocurre con los hijos de padres muy autoritarios que guardan mucha rabia y en cuanto el pequeño crece y se ve con fuerzas, se enfrenta a los padres de forma violenta para devolverles aquello que consideran injusto».
Otro de los motivos es la fisura educativa entre padre y madrecuando uno le permite cosas y otro no. «La falta de acuerdo en la forma de educar hace que el niño se ponga de parte de uno, del que le permite hacer todo, pero siempre llega un día en que hay algo que no se le puede permitir y el rebote por parte del hijo es tan grande que llega a pegar a sus padres por no comprender dicha negativa».
Es curioso el dato de que muchos jóvenes que agreden a sus padres, no son violentos fuera de su hogar. «En Inglaterra se ha realizado un estudio que determina que el 36% de los chicos y chicas que pegan en casa también lo hacen en la calle —apunta Urra—. El resto no. En España no hay un estudio al respecto, pero sí es muy significativo que cuando sucede este tipo de violencia los profesores se quedan sorprendidos: «¡pero si es un chico estupendo en clase!».

Cada vez más jóvenes

Según el director de Aprendeaeducar.org, los padres no deben esperar a que los hijos sean adolescentes para ver si son agresivos o no. «Los problemas se gestan en Primaria, pero se manifiestan en Secundaria. Hace años, eran los chavales de 16 años los más conflictivos. Actualmente la consulta está llena de niños de 11 y 12 años que agreden a sus padres», asegura.
¿La razón de este adelanto en la edad? La sociedad actual les está ofreciendo antes de tiempo acceso a demasiadas cosas. Las nuevas tecnologías, por ejemplo, les permiten ver sin límites películas violentas, de sexo, drogas... y los padres no supervisan los contenidos.
Cuando un hijo no aceptan un “no“, monta grandes peleas, incumple las normas de forma alarmante, etc., es aconsejable que consulten con un experto en psicología o terapia educacional. «En consulta —explica Castaño— primero trabajamos con los padres: les enseñamos a poner normas, a comunicarse, a que se den cuenta de que los hijos no están en contra de ellos, sino que repiten un comportamiento aprendido; es decir, si grito y pego al final consigo lo que quiero. Posteriormente tratamos a los hijos».

Trato jurídico

Desde el punto de vista jurídico no existen herramientas suficientes para reeducar a estos jóvenes. «La ley Orgánica 1/96 de protección jurídica al menor va a ser modificada y va a incluir un párrafo que menciona la violencia ascendente, un reconocimiento que supone un gran paso», asegura Urra.
Pero, hasta el momento, cuando unos padres denuncian, el hijo si es menor puede ir a un centro de reforma y los mayores de edad a la cárcel. «Esta privación de libertad por un tiempo no resuelveel problema y seguramente el chico saldrá con mayor rencor hacia sus padres que con el que entró. Es necesario un sistema que les facilite pautas educativas para cambiar su comportamiento», concluye Urra.
El juez de menores, Emilio Calatayud, considera un error que Rodríguez Zapatero suprimiera el artículo 154 del Código Civil que aseguraba que «los padres pueden corregir razonablemente a los hijos», artículo que el PP tampoco ha recuperado.
«El problema —asegura— es que los padres han perdido toda autoridad y no saben decir «no», lo que convierte a sus hijos en unos tiranos. Se olvidan de que el artículo 155 apunta que «los hijos deben obedecer a sus padres mientras estén bajo su potestad y respetarles siempre. En la mayoría de los casos de violencia «la culpa es de los padres por no saber mantener su autoridad y negarse a ser esclavos de sus hijos. Si han incrementado el número de agresiones es porque algo falla: su educación».
El juez añade que es importante que los padres aprendan a reconducir cuanto antes la conducta de sus hijos. «Es más fácil conseguirlo cuando tienen ocho años que cuando han cumplido quince».

Radiografía de los hijos agresores